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El 3 de junio se cumplió una década de la primera marcha masiva contra la violencia de género en Argentina. Aquel grito colectivo encendió movilizaciones en toda Latinoamérica. Se multiplicaron las acciones, las conquistas y también los desafíos. Desde la fe, es posible leer este proceso como un testimonio vivo de resistencia, memoria y compromiso con la vida.

“No queremos más mujeres muertas por femicidio”, fue la consigna de aquella tarde de 2015 en la plaza del Congreso. Una multitud se había convocado tras el femicidio de Chiara Páez, una adolescente embarazada de 14 años, asesinada por su pareja en Rufino, Santa Fe.

Desde entonces, cada 3 de junio, miles de mujeres y diversidades renuevan ese grito que exige justicia, reparación y una vida libre de violencias. En esta década, el movimiento ha logrado avances fundamentales: leyes como la Ley Micaela para capacitar a todos los funcionarios y funcionarias del estado y la Ley Brisa de reparación económica para hijos e hijas víctimas de femicidio, la creación de registros oficiales y observatorios, programas de asistencia, espacios de prevención y acompañamiento. También se ha logrado un cambio cultural: hoy la violencia de género forma parte de la conversación pública y ya no puede ser ignorada.

La deuda es con las mujeres

A pesar de los avances, las cifras de femicidios no bajaron, lo que demuestra la persistencia de una problemática estructural. Según el Observatorio de las Violencias de Género Ahora que Sí Nos Ven hubo casi 3000 femicidios en estos últimos 10 años. En el 85% de los casos el femicida pertenecía al círculo íntimo o era conocido de la víctima. El 64% de los casos fueron en la vivienda de las víctimas. El 17% había realizado al menos una denuncia y el 10% tenía una medida de protección judicial. Hoy en la Argentina vemos el desfinanciamiento y desmantelamiento de las políticas de género. Los retrocesos implican más daño, más violencia y más muertes de niñas y mujeres.

¿Qué nos dice el Evangelio ante esta realidad? 

La revelación de Jesús resucitado a las mujeres es un acto de reivindicación. Ellas acompañaron, apoyaron y financiaron a Jesús durante todo su ministerio. Estuvieron con Jesús en todo el proceso de traición, enculpamiento, asesinato y también al pie de la cruz. Ellas limpiaron y perfumaron su cuerpo muerto mientras los discípulos varones se dispersaron y se encerraron presos del miedo por la persecución.

La experiencia de la resurrección es inicialmente una experiencia de fe desde la resistencia a la violencia brutal del patriarcado y el acompañamiento de Jesús. El anuncio de la resurrección es al mismo tiempo un acto de denuncia para reivindicar la lucha por la vida digna y la justicia por encima de la muerte y la impunidad. 

Hoy, a diez años de aquella primera marcha, reconocemos en las mujeres que denuncian, que acompañan, que organizan ollas, que levantan merenderos, que cuidan, que escriben, que educan y resisten, a las mujeres del Evangelio. Mujeres de anuncio y de denuncia. 

Desde nuestras comunidades de fe y desde nuestras acciones, acompañamos este clamor porque creemos en un Dios de justicia que no es indiferente al dolor de su pueblo. Porque seguimos a un Jesús que se dejó abrazar por las mujeres y que las eligió para ser portadoras de su mensaje. Porque confiamos en el Espíritu que alienta y sostiene cada gesto de ternura y de lucha.

Ni una menos. Vivas, libres y con derechos nos queremos. 

Para profundizar esta mirada teológica sobre las mujeres en el Evangelio y su vínculo con las luchas actuales, compartimos el cuadernillo Será de Dios, disponible para descargar gratuitamente en bit.ly/SeraDeDios

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