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Una reflexión que pone en debate la realidad y la fe en América Latina y las preguntas sobre la solidaridad y el hambre. Basado en 2 Co 9,6–15.
Foto: Télam. Participan el Frente de Organizaciones en Lucha, Somos Barrios de Pie, la CTA-Autónoma y del Frente de Organizaciones Barriales.

Por Jorge Weishein

No tener para comer es de esas cosas que cuestan tanto aceptarlas que hasta cuesta aceptar que suceda. Esta es la realidad de una gran mayoría de personas en el mundo. La pandemia arrasó con los salarios de las trabajadoras y los trabajadores, con los ingresos de las familias, con el costo de los alimentos. El mundo después de la pandemia es casi el doble de desigual que antes. No hubo magia. El romanticismo con que nos hablaron de los paisajes reverdecidos y de los animales en libertad no animó a la misma libertad solidaria para ayudarnos mutuamente a crecer y sostenernos en comunión como humanidad. La naturaleza fue más sabia, una vez más. 

El apóstol Pablo convocó a las nuevas comunidades cristianas, recién formadas, en gran parte integradas por generaciones integradas a la cultura griega y romana, y la sola idea de que una parte del cuerpo estaba sufriendo fue motivo para que se pusieran a colectar sus aportes entre todas y todos de acuerdo a sus posibilidades para enviar una asistencia económica a esas hermanas y hermanos que estaban empobrecidos producto de la persecución, el aislamiento y la falta de alternativas para vivir dignamente. 

América Latina es un continente de gran esperanza, la fe del pueblo es de una constancia y una fuerza admirable. Esta fe, sin embargo, muchas veces es una fe quieta, una fe de ojos grandes y labios apretados, de cabeza gacha y mangas arremangadas. La fe en Dios fue transmitida por las autoridades de la colonia para resistir las largas jornadas de trabajo y las precarias condiciones de vida, una fe para aguantar la pobreza. Esta fe en Dios cree en un Dios proveedor que actúa solo a su tiempo y a su juicio y medida, es un Dios distante, paciente, aún comprendiendo cada una de las injusticias parece muchas veces indiferente. El pueblo mira a este Dios con los ojos grandes, los labios apretados, la cabeza gacha y las mangas arremangadas. Dios puede darles muchas cosas, a fin de que tengan todo lo necesario, y aun les sobre, pero el pueblo debe saber esperar…

Este pueblo encontró en la lectura comunitaria de la palabra muchas otras ideas porque empieza por donde empiezan todos siempre, pero no siempre lo dicen: por su realidad, esa realidad que les permite ser y pensar cómo son, cómo viven, dónde viven. Por eso, la lectura popular de la Biblia siempre habla primero de “partir de la realidad” porque la Biblia la estamos leyendo siempre en un lugar que no es igual a otro ni tampoco da lo mismo cómo se vive en cada lugar. Por la misma razón, es importante fijarse en la realidad que cuenta la historia bíblica, qué les está pasando a esta gente que están hablando de este tema y no de otro, de esta manera y no de otra.

La segunda cuestión es “partir de la fe de la comunidad” para tratar de poner en palabras qué cosas de mi fe se están charlando o reflexionando en este texto de la Biblia. ¿A qué situaciones me hace acordar esta historia bíblica? ¿Qué pasa con la fe de esta gente que necesitan pensar este tema así de esta manera? ¿Qué siente y vive esta gente en su relación con Dios y sus hermanas y hermanos que necesitan poner estas palabras por escrito? 

La tercera cuestión es “Respetar el texto” preguntándose entre todos juntos, qué nos está queriendo decir Dios con estas palabras. ¿Por qué Dios nos dice esto en este momento de nuestras vidas? Esta reflexión nacida en el intercambio entre las personas lleva a que la palabra de Dios sea palabra vivida, viva y vivificante. 

Las iglesias, organizaciones sociale, ONG, organizaciones políticas y sindicales distribuyeron toneladas de alimentos durante la pandemia a partir de que el cese de actividades y las restricciones para el personal informal, que mayormente vive al día, implicó la ausencia ingresos y para el personal que percibe ingresos menores desde la pandemia por ausencia de actividades comerciales conlleva a que gran parte de la población deba restringir y cambiar sus hábitos de consumo por necesidad económica pero esto para los sectores de bajos ingresos implica alimentarse mal o directamente no tener para comer. 

Las organizaciones convocaron donaciones de alimentos y dinero para armar bolsones de comida, además de los alimentos entregados por el Estado, a través del plan nacional. La ayuda era entregada en diferentes provincias y regiones, más cerca, más lejos, siempre articulados con organizaciones locales para seguir la cadena de solidaridad. 

La respuesta de Jesús: “denles ustedes de comer”, repicaba en cabezas y corazones de cientos de miles de cristianas y cristianos. El espíritu actuó en la multiplicación de las colectas, los precios accesibles, las donaciones de alimentos, las donaciones de transporte, las donaciones de tiempos para comprar, retirar, empacar, cargar, descargar, distribuir, etc y etc. En muchos casos esta solidaridad hizo posible que sobraran bolsones y cajas que debían volver a ser reunidas y distribuidas para ayudar nuevamente a otras personas. 

La alegría de tantas familias acompañadas por la solidaridad las movió al agradecimiento, a la alegría, a la misma solidaridad con otras familias, a dar gracias a Dios. 

El apóstol Pablo dice que al ayudar a la gente en necesidad “no solamente les llevamos lo que les haga falta, sino que también los movemos a dar muchas gracias a Dios. Y ellos alabarán a Dios, pues esta ayuda les demostrará que ustedes obedecen al evangelio que profesan, al evangelio de Cristo. También ellos honrarán a Dios por la generosa contribución de ustedes para ellos y para todos. Y además orarán por ustedes con mucho cariño, por la gran bondad que Dios les ha mostrado a ustedes. ¡Gracias a Dios, porque nos ha hecho un regalo tan grande que no tenemos palabras para expresarlo!” (2 Co 9,12-15)

Este plus es la esperanza permanente del testimonio público de la iglesia, que el testimonio sea semilla, sea levadura, sea motivo de encuentro y solidaridad, haga carne muchos otros sueños en danza. La comunidad de Mateo espera que sus actos proyecten luz iluminando a otros en su camino de fe: “Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.” (Mt 5,16) La comunidad de Juan lo dice en clave de afirmación de Jesús en el mundo: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 17,21).

Esta esperanza cristiana es la que el pueblo de América Latina lee, reflexiona y pone en práctica, pero sigue esperando mucho más…poder leer la Biblia con hermanas y hermanos de otros lugares del mundo para conocer, sentir y pensar juntas y juntos cómo vivir mejor entre todas y todos. El mundo en el que vivimos nos necesita mucho más unidos. La palabra de Dios puede permitir el diálogo de las personas más distintas que podamos imaginar. Estas experiencias las conocemos de siglos de encuentros y trabajos en comunión. Dios nos llama nuevamente a ser sal y ser luz para que el mundo crea y sea uno. Recibamos este llamado en comunión para vivir en un mundo más justo y en paz. Amén

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