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Las palabras pueden tener diferentes sentidos, depende de dónde estamos y con quienes hablamos, porque lo importante no es cómo se dice, sino de qué estamos hablando, y más aún lo que significa para nuestras vidas. Compartimos un nuevo aporte para la diaconía comunitaria basado en Jonás 1,1–2,2(3–10)11)

Por Pastor Jorge Weishein

El libro de Jonás cuenta un cuento sobre un profeta llamado Jonás que es llamado por Dios para ir a Nínive a predicarles a los archienemigos de Israel que el Dios de Israel los iba a destruir. Jonás está de camino, pero se arrepiente y agarra para otro lado. La cuestión es que Jonás termina yendo igual en Nínive y tiene que predicarles igual que si no cambian y se convierten van a ser destruidos y destruidas. Pero desde el principio, Jonás, no cree en lo que tiene que ir a hacer y decir. Él mismo explica al final del cuento que ya cuando salió se dio cuenta que esto de ir a decir esto no tenía sentido porque Dios seguro no iba a hacer eso. Dios lo estaba usando nada más para que la gente preste atención a lo que hace y cambie de actitud. De todos modos, Jonás se queda a ver si era cierto que iba a pasar lo que Dios le había dicho. Pero no, no sucede. Entonces, Jonás se enoja con Dios. ¿Cómo me podes hacer esto, Dios? ¿Me decís una cosa y haces otra? ¿Cómo puede ser que no vas a destruir a toda esta gente? El tema del cuento es que Jonás está enojado con Dios porque Dios es tan misericordioso que ama incluso hasta sus enemigos, pero además lo hace quedar mal a él. Pero eso también, hay algo más, capaz un poco de orgullo. ¿Cómo puede ser que Dios me haga quedar mal, así, de esta manera, delante de todo el mundo, mandándome a decir que va a hacer algo que al final él no va a hacer? Está en juego también su credibilidad como profeta con el pueblo y su relación de fe con Dios. A Jonás le pasa un poco lo que nos pasa a nosotros o nosotras: La relación con Dios está bien mientras Dios hace lo que yo espero que haga. Si Dios no hace lo que yo espero entonces Dios se puso en mi contra. 

Esto nos lleva a un tema que puede parecer sutil pero que es delicado en la fe cristiana: la expectativa y la esperanza no son lo mismo, así como tampoco son lo mismo la fe y la ilusión, o el amor y el cariño. Cuando el apóstol Pablo dice que hay tres cosas que son importantes, la fe, la esperanza y el amor y de las tres la más importante es el amor, se refiere al amor en Dios, a la esperanza en Dios, y a la fe en Dios. Nos puede pasar que al buscar en el diccionario estas palabras se mezclan, pero en la historia de salvación aparecen en relación a compromisos, a transformaciones, y a testimonios de vida que cambiaron la vida de mucha gente. De todos modos nos pasa que las palabras pueden tener diferentes sentidos para nosotros o nosotras, depende de dónde estamos y con quienes hablamos, porque lo importante muchas veces no es cómo se dice sino de qué estamos hablando, y más aún lo que significa esto que estamos hablando para nuestras vidas. 

En este tiempo en el mundo vivimos en sociedades divididas, donde es probable que Dios ande entre nosotros y nosotros con un gran dolor de cabeza. Es posible que tanto de un lado como del otro estemos rezándole a Dios que destruya a los otros y las otras o que aunque más no sea los y las convierta. Jesús, nos enseña que Dios no nos llama a odiar a nuestros enemigos y nuestras enemigas sino a amarlos y amarlas. La vida de las personas está siempre por encima de nuestras disidencias, porque la vida es de Dios y las disidencias son nuestras. Trabajemos con lo que es nuestro y dejemos en manos de Dios lo que es de Dios. 

Aún cuando el mensaje que lleva Jonás es terrible, Jonás no dice que no quiso ir porque el mensaje era terrible, sino porque él se imaginó enseguida que lo que Dios le dijo no era cierto. Jonás estaba seguro que Dios los iba a perdonar y que lo que él iba a hacer no tenía ningún sentido. ¿Para qué les voy a ir a anunciar la destrucción si Dios los va perdonar y los va  salvar? Jonás se resiste no tanto a la tarea sino sobre todo a esa condición de Dios. La condición de Dios lo pone en un lugar donde necesita revisar si lo que él realmente cree es así, si su trabajo realmente es el que él cree que debe ser y hacer. Esta situación es la que nos lleva otra vez, a lo que planteaba hoy. Si este no es el Dios en el que yo creo, ¿entonces qué es la fe para mi? ¿Cuáles son mis esperanzas? ¿Qué es esto del amor? 

Leyendo este cuento, una y otra vez, me pregunto, ¿cuál es la enseñanza que se propone esta obra? ¿Qué nos enseña a nosotros y nosotras en nuestros días? Israel recién estaba hacía pocos años de regreso en sus tierras luego de haber estado un siglo exiliado. El cuento habla de tierras del exilio, de tierras de un imperio opresor, habla de una nación que les hizo daño. Sin embargo, enseña a no guardar rencor a ese pueblo, sino a desearle la salvación. Esto es una enorme novedad en la historia del pueblo de Israel. 

Esta actitud de Jonás y esta actitud de Dios, nos confrontan a nosotros y nosotras, como también entre nosotros y nosotras, pero sobre todo con nuestra actitud ante Dios. Pongámonos una mano en el corazón y pensemos cuántas veces hemos deseado el mal al otro o a la otra como castigo de Dios porque no piensa como yo, no es como yo, no hace las cosas como yo, no vive como yo, no quiere lo que quiero yo…, y así, cuántos ejemplos más… Esta es una condición humana, una actitud egoísta que lo único que cambió, en este tiempo, es que ahora pareciera que es legal, que es normal, que está bien desear que el otro o la otra se muera, que el otro o la otra desaparezca de la faz de la tierra, y cuántos deseos horribles más como estos se nos ocurren todos los días. Hablemos de la maldad que habita en nuestras mentes y corazones, pongámoslas sobre la mesa, echemos luz sobre toda esa oscuridad que vive dentro de nosotros y nosotras. Reconozcamos abiertamente quienes somos para poder mirarnos al espejo sin ponernos colorados o coloradas. 

Vivimos tiempos donde la política convoca a tan poca gente y las empresas de comunicación venden tan poco que hubo un par de “genios” que tuvieron la brillante idea de inventar las “fake news” y decidieron hacer con esto un gran negocio entre empresas de periodistas y políticos para dividir a la gente, enfrentarla y de esta manera venderle a cada grupo la información y hacer la política que a cada grupo le interesa. El negocio es redondo. La situación social es un caos. La vida de las personas está en peligro. La verdad ya nadie se la pregunta, ni le interesa. La otra persona que es del otro grupo no existe, o ni vale la pena saludarla ni tenerla en cuenta. Este negocio basado en la mentira que han montado un par de empresas tiene un nombre muy lindo, como se hace en la publicidad con casi todo, le llaman “pos-verdad”. Es decir, ya no importa “lo que es cierto”, lo que importa es “lo que la gente cree que es cierto”. Esto se considera un paso más allá de la verdad. 

En este momento lo que más se usa para comunicar, y poner un grupo contra otro, se llama “meme”. Meme significa imitación, algo que se repite o se copia, y que se usa para burlarse de otro u otra. En este momento el enfrentamiento de la sociedad es tan profundo que en vez de diálogos o noticias nos comunicamos con memes. No me importa lo que piensa el otro grupo, lo que importa es lo que yo pienso del otro grupo. Entonces, usamos memes para burlarnos de lo que cree el otro grupo, de sus valores, de sus principios, de sus formas de ser, de sus costumbres, de todo, no importa. Es la ley del prejuicio. La verdad no es negocio. Lo importante es burlarse del otro o de la otra para marcar la diferencia, así el negocio sigue, la división es cada vez más grande y entonces la gente sigue enfrentada en discusiones absurdas. 

Lo que es peor, es que ya no sabemos nada de nosotros ni de nosotras, nada de nosotros mismos ni nosotras mismas, ni de los demás, ni de lo que necesitamos, ni de lo que podemos hacer juntos y juntas, ni de lo que pasa en realidad, porque como estamos entretenidos y entretenidas en odiarnos lo más que podemos, ¿para qué me voy a preocupar en querer saber qué le pasa a la otra persona? ¿Para qué le voy a preguntar lo que le pasa a la otra persona? La vida en comunidad y en sociedad deja de tener sentido absolutamente. En algunos lugares a esto también se le llama “grieta”. En este momento esto es un problema en todo el mundo. En este momento, esta es la forma en que se está destruyendo el mundo entero. Honestamente, dudo que esto sea voluntad de Dios o que Dios tenga algo que ver con esta obstinación humana por destruirse entre todos y todas. La grieta o la división instala una competencia tan fuerte y tan profunda en la sociedad que ya no importa qué, ni quién, ni nada. Lo único importante es ganar, ganar al otro o la otra, ganar más que el otro o la otra, ganar para ser otro u otra, ganar porque quiero otro u otra. Ganar. Ni siquiera importa por qué ni cuánto. 

Este cuento de Jonás nos pone a nosotros mismos y a nosotras mismas frente al espejo no solamente para mirarnos y fijarnos qué es lo que vemos, sino para revisar qué es lo que creemos, qué es lo que esperamos, qué es lo que amamos y, si acaso realmente amamos a alguien, ¿acaso amamos a Dios? ¿Todavía tenemos esperanza en Dios? ¿Acaso todavía tenemos fe en Dios? 

A cada una de las personas que me odia en estos días, tanto a quienes que me conocen pero no me hablan ni me llaman más, como aquellas personas que ni siquiera me conocen o incluso ni siquiera han hablado conmigo alguna vez, así como a cada una de las personas que odiamos por razones que ninguno de nosotros mismos o nosotras mismas podemos explicar en profundidad, quiero invitarnos a que podamos conversar, a encontrarnos, a respondernos los mensajes, los correos electrónicos, las llamadas telefónicas, las videollamadas, y dejar de tener la ilusión mágica de que la división nos va a salvar de algo, a abandonar la seguridad de que la expectativa de no vernos nunca más nos va cambiar en algo la vida, y dejar de pensar que porque alguna vez nos tuvimos cariño ya no vale la pena, ni de casualidad, poder construir un vínculo de amor como Dios manda. 

Un grupo de personas absolutamente inescrupulosas está usando las redes sociales y los medios de comunicación para hacer negocios con nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestra fe, … todo lo más sagrado que tenemos y que le da sentido y valor a nuestras vidas. El odio es una ilusión que nunca va a poder ser una esperanza. El odio nos llena de resentimiento destruyendo el cariño y el amor entre las personas. El odio nos llena de incertidumbres porque no tiene propuesta sino solamente voluntad de destruir al otro o a la otra, así como sueña con destruir a los otros y a las otras.

Es tiempo que la comunidad cristiana, que tanto sabe de lo que es capaz el odio, porque lo vivió en Jesucristo, y como iglesia misma desde sus comienzos, pero que sabe mucho más de lo que es capaz el amor, empiece (quizá al principio) a defraudar y decepcionar y hasta hacer enojar a su grupo para empezar a valorar, reconocer y aceptar a personas del otro grupo, y mostrar algo de lo que este Dios le muestra a Jonás. El amor de Dios no tiene fronteras, ni grietas, ni divisiones, ni partidos. 

Empecemos a orar en la profundidad de nuestra oscuridad, o en nuestra luz de fantasía, para poder tener la luz de la fe, la esperanza y el amor de Dios para volver a vivir y estar en comunión tanto entre nosotros y nosotras como comunidad y como pueblos del mundo, así como también en comunión con Dios. No tengamos miedo de abandonar nuestras ilusiones, expectativas y cariños por ideas que de pronto nos parecían lo único importante. No, la vida es más importante, y en este momento estamos poniendo nuestras vidas en peligro para ganancias de unos pocos. Por esto, el amor es más importante que todo, la misericordia, la empatía, el respeto por todas las personas por igual, porque Dios no hace diferencia entre las personas. Amén.

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