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Una nueva reflexión para la diaconía comunitaria de la mano del pastor Jorge Weishein. Basada en Juan 21:1-19.
Infancias disfrutando de un taller de nutrición junto a sus familias en Takuapí, Misiones, Argentina.

Mirando en retrospectiva antes de la pandemia vivía en una nube de humo. Creía que el mundo era como era y que las cosas son como son. La pandemia me cambió la forma de ver la realidad. Yo viví tantas cosas tan difíciles en la pandemia que nunca me hubiera imaginado que estar encerrado de forma obligada ¡y por propio acatamiento de las normas sanitarias! iba a tener tantas consecuencias para mí y para todos. 

Antes de la pandemia la dinámica de trabajo, si bien siempre fue caótica y excesiva, tenía un horario, o por lo menos el horario, el tiempo en que uno estaba en su trabajo. Después si trabajaba en casa o de camino, es otra cuestión. Durante la pandemia, en las grandes ciudades, el comedor o el dormitorio era la oficina o el taller de muchísimas personas. Esto cambió completamente la convivencia en el hogar. Modificó el tiempo para hacer el trabajo, el tiempo para dedicarse a las tareas del hogar, las demandas de la familia, los amigos y vecinos. 

Antes de la pandemia, la comida que se comía era la que se podía ir preparando entre los momentos y ratos que te dejan las horas de viaje, de trabajo y de atender las cuestiones familiares. Lamentablemente, ese tiempo es poco. La comida entre semana está lejos de lo que uno desearía poder comer. Creo que es uno de los motivos por los que el fin de semana también resulta más agradable, además de no tener que estar estresándose -necesariamente- con obligaciones laborales. El domingo es la posibilidad de tomarse un respiro espiritual, afectivo, familiar, entre amigos. 

En el campo, puede variar, depende un poco más de la época del año. Pero no por eso los domingos pueden ser un poco más agradables y dar la posibilidad de dedicarle más tiempo a la familia, o a la familia y a la iglesia. En la pandemia había más tiempo para comer. La ansiedad que generaba la incertidumbre daba más hambre todavía. La preocupación por cómo llenar la heladera y la alacena estuvo muy fuerte. Por un lado, ¿cuánta gente subió de peso en la pandemia? Por otro lado, ¿cuánta gente se fundió en la pandemia o se quedó sin trabajo? La desocupación y el hambre son dos de los grandes temas de la pospandemia. 

Antes de la pandemia, uno se veía con amigos y familia cuando podía, a veces, con más frecuencia que otras, pero siempre era un tema ver cuándo, cómo organizarse, qué hacer, qué lleva quién, en fin, temas de agenda y organización. En pandemia, la necesidad de juntarse, de encontrarse, de tener con quién hablar, con quien divertirse, fue tema de enorme angustia. En muchos casos, hubo gente que necesitó asistencia de profesionales de salud mental. El encierro fue haciendo perder la noción del tiempo y del espacio, la dimensión de las relaciones y el vínculo entre las personas. La pospandemia es un tiempo de reencuentro, de volver poco a poco a verse, escucharse, entenderse, sentirse, abrazarse. ¿Quién hubiera pensado antes de la pandemia que cosas tan simples como estas las íbamos a necesitar tanto que hasta las íbamos a extrañar por meses o años?

Antes de la pandemia, distintas tecnologías y el trabajo digital estaban y eran parte del trabajo de muchas personas. Sin embargo, llegar al punto de que sólo sea digital, para mucha gente, fue increíble. Acostumbrarse a las pantallas, a verse por pantallas, a encontrarse por pantallas, a resolver problemas por pantallas, a atenderse con el médico por pantallas, a ir a la escuela por pantallas, hacer reuniones por pantallas, cultos, casamientos y bautismos por pantallas, en fin, cuántas cosas más. ¿Quién se hubiera imaginado alguna vez tener que vivir de esta manera? La pospandemia es el momento de volver a mirarnos a los ojos, de volver a sentarnos unos al lado de los otros, es el momento de darnos las manos, es el momento de volver a hacer colas, de volver a juntarse en actividades públicas, de volver a hacer trámites presenciales, de volver a trabajar en equipo, de encargarse cada uno de sus responsabilidades en su lugar de trabajo. ¿Cómo nos estamos sintiendo en este proceso? 

Al final del evangelio de Juan nos encontramos con un relato maravilloso. Los discípulos vuelven a sus tareas después de un tiempo que fué un sueño, algo inédito en su vidas. Acompañar a Jesús de un lado a otro de Israel predicando y enseñando. Algo que jamás en sus vidas hubieran imaginado alguna vez. Están en este momento donde todo empezó. En el medio pasaron tantas cosas que todavía las están elaborando. Pasaron una mala noche. No pescaron nada. El mismo que les dijo alguna vez «dejen todo y siganme», ahora les dice «vayan a pescar de nuevo, acá nomás cerquita van a ver que van a sacar un montón de peces». Así fue. 

Jesús puso la parrilla, hizo fuego, puso algo arriba para ir picando y los manda a traer unos pescados más para poder comer entre todos. Jesús, el asador, los invita a compartir un rato. Jesús extraña a sus amigos, sus amigos extrañan a Jesús. Ellos se encuentran otra vez después de tanto y de tantas cosas que pasaron. Este Jesús está cambiado. Ellos están cambiados. Todos se reconocieron, unos tardaron más que otros. La situación no es la misma, pero esa escena de estar conversando todos juntos a orillas del lago mientras están limpiando las redes ya la tienen vista, la tienen grabada en su memoria y en sus corazones. «¡A que no sabés con quién nos encontramos! Vino a vernos Jesús. Charlamos un rato. Comimos algo juntos. Jesús se hizo un asadito. Estuvo buenísimo. La pasamos bárbaro.»

Las preguntas y la charla más fuerte, ¿sobre qué tema es? ¿Jesús les pregunta qué están haciendo ahí? ¿Jesús les pregunta por qué me dejaron solo en el juicio y en la cruz? No. El reencuentro no es para echarse cosas en la cara. El reencuentro es para celebrar. Cada uno sabe lo que pudo hacer y lo que no. Cada uno sabe adentro suyo cuánto pudo haber hecho o no. Jesús los invita a conversar sobre el ágape, sobre el amor al prójimo.  Eso es lo único que importa. Estuvieron, ¿cuánto tiempo dando vueltas por todos lados? ¿Qué fue lo que quedó de todo eso? ¿Qué fue lo que quedó entre nosotros? ¿Qué fue lo que quedó entre nosotros con Jesús? Esa es la pregunta de Jesús.

El diálogo más duro es con quien lo negó tres veces. Ese hombre tan valiente, tan fuerte, tan comprometido, en la hora de la verdad, se quebró. Justo cuando llegó Jesús lo encuentra desnudo. Toda una imagen de cómo estamos ante Dios después de la pandemia. Desnudos. La gran mayoría de las personas durante la pandemia se encontró con lo peor de si mismo y de los demás. El encierro y el miedo sacó lo peor de nosotros y nosotras. ¿Ahora qué vamos a hacer? Jesús nos da una pista. Juntarnos a comer algo y charlar. Volver a construir nuestros vínculos. Volver a fortalecer el amor entre nosotros. Volver a empezar, sin juicios, sin miedos, sin estereotipos. La salud es estar bien entre nosotros además de que nos dé bien el test de covid. Este otro test es poder ser capaces de abrazarnos y aceptarnos, perdonarnos y comprometernos a trabajar juntos. En algunos casos, ese amor podrá implicar respetar nuevos procesos, nuevas condiciones, nuevas situaciones, nuevas diferencias, porque las personas durante la pandemia hemos seguido creciendo, hemos tenido tiempo de pensar y de sentir, de decidir y de cambiar. No somos los mismos después de la pandemia. Aunque en algunos casos se esté haciendo un esfuerzo muy grande para volver a lo mismo que antes. El mundo cambió. El planeta cambió. Nosotros cambiamos. Sin embargo, lo importante es la pregunta de Jesús.

La pregunta de Jesús abre un camino, un nuevo tiempo. Este es el tiempo pospascual. El tiempo de volver a empezar. ¿Cómo se empieza? Con una pregunta. La pregunta de Jesús a Pedro. Esta es una sola y siempre la misma pregunta: ¿Me amás? Esta es la gran pregunta que nos toca responder a todos ahora después de esta tremenda experiencia que fue la pandemia para nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras vidas. 

Amén

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